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El impacto de la producción de lácteos en el cambio climático
La producción de lácteos es una parte esencial de la agricultura, ya que estos alimentos son básicos en las dietas de la mayor parte de la sociedad. Sin embargo, la creciente preocupación por el cambio climático ha puesto de manifiesto cómo este fenómeno está afectando, de manera directa e indirecta, a la producción de leche y derivados de la misma.
El aumento de las temperaturas, los cambios en los patrones de precipitación y los fenómenos climáticos extremos, como sequías e inundaciones, están transformando las condiciones en las que se cría el ganado y se cultivan los alimentos para estos animales. Por todo ello, es importante conocer y abordar cuál es el impacto de la producción de leche y otros productos lácteos en el cambio climático.
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¿Cómo afecta el cambio climático a la producción de lácteos?
El cambio climático afecta a la producción de leche a varios niveles.
En primer lugar, el ganado necesita pasto y forraje para alimentarse. Sin embargo, las sequías, inundaciones u otras condiciones climáticas extremas pueden reducir la cantidad de alimentos disponibles. Si los pastos no crecen lo suficiente o no son de buena calidad, las vacas no producirán leche. Esto provocaría una disminución en la cantidad y calidad de leche que se obtiene y afectar a la salud de los animales, ya que no pueden alimentarse correctamente.
También, las altas temperaturas pueden poner en riesgo la producción de leche tal y como la conocemos. El calor extremo somete a las vacas a un estrés térmico que puede reducir su apetito, su capacidad para reproducirse y, lo más importante, la producción de leche. En condiciones de calor, las vacas también pueden ser más susceptibles a padecer enfermedades, lo que empeora su estado de salud y su rendimiento.
La suma de estos factores—la falta de alimentos adecuados y el estrés por el calor—contribuye a la disminución de la productividad de las granjas lecheras. Así, los productores pueden necesitar gastar más recursos, como agua y suplementos alimenticios, para mantener a las vacas saludables y productivas. Esto aumenta los costes y afecta a la rentabilidad de la industria láctea.
¿Cuánto contamina la industria láctea?
La industria láctea tiene un impacto ambiental considerable en varios aspectos. Su contaminación afecta tanto al suelo, a través de residuos sólidos, como a la atmósfera y al agua, con emisiones de gases y aguas residuales que contribuyen a la degradación del medio ambiente. La ganadería, por su parte, es una actividad que contribuye significativamente a las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos gases, como el metano y el dióxido de carbono, son responsables del calentamiento global.
Contaminación atmosférica
Una de las mayores fuentes de contaminación en la industria láctea son las emisiones gaseosas. Gases como el dióxido de carbono, el metano, el dióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno tienen un gran impacto ambiental, ya que contribuyen al cambio climático y al efecto invernadero.
En particular, el metano, que proviene de la digestión de las vacas, es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. Además, las partículas en suspensión pueden ser tóxicas para los animales y los seres humanos.
El cultivo de piensos para las vacas, como soja y cereales, requiere el uso de fertilizantes, pesticidas y combustibles fósiles, lo que contribuye a la emisión de gases contaminantes. Para ponerlo en perspectiva, atendiendo a los datos extraídos del Panel Internacional de Cambio Climático, para producir 7.000 litros de leche, una vaca puede llegar a emitir 140 kilos de metano al año, cantidad equivalente a recorrer 8.000 kilómetros en coche.
Contaminación por residuos sólidos y aguas residuales
Aunque la contaminación por residuos sólidos en la industria láctea es moderada, con plásticos, cartones y envases defectuosos, la mayor parte de la contaminación proviene de las aguas residuales. El suero de leche es un contaminante importante debido a su composición, que incluye agua, lactosa, grasas y proteínas. Este suero, junto con otros productos de limpieza, cuyo componente esencial es el fósforo, como los detergentes, pueden causar problemas de eutrofización, alterando los ecosistemas acuáticos y afectando a la calidad del agua. Al aumentar el fitoplancton o materia orgánica en las aguas, el nivel de oxígeno desciende, ya que lo necesitan para sobrevivir, provocando por tanto que se termine su vida de forma abrupta.
Tratamiento de la leche envasada y comercializada
En la producción de leche UHT el impacto ambiental se agrava debido al alto consumo de agua y energía durante el proceso de pasteurización. Se estima que se requieren entre 1 y 3 litros de agua para procesar un kilo de leche, lo que incrementa la huella hídrica de la industria. La refrigeración y el almacenamiento de productos lácteos también requiere del empleo de energía, lo que puede generar emisiones de dióxido de carbono si esta energía proviene de fuentes no renovables.
En España, en los últimos años las emisiones de metano se han visto reducidas casi un 50% gracias a las buenas prácticas en el sector ganadero y a la profesionalización del mismo.
¿La leche tiene una gran huella de carbono?
La huella de carbono generada en la producción de un alimento, en este caso la leche, hace referencia a las emisiones de gases contaminantes durante todo el proceso, desde la alimentación de las vacas hasta la distribución de la leche.
Atendiendo al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la ganadería contribuye significativamente a las emisiones globales de metano y óxido nitroso, que son aproximadamente 25 y 298 veces más potentes, respectivamente, en términos de calentamiento global que el dióxido de carbono.
Según datos recabados en diversas investigaciones recientes en la zona norte de España, en concreto en Galicia y Asturias, la alimentación es uno de los principales factores que contribuyen a la huella de carbono en las granjas lecheras, representando el 48% de las emisiones de dióxido de carbono.
En este estudio se calculó que la huella de carbono promedio se sitúa en torno a los 988 gramos de dióxido de carbono equivalente por litro de leche. Este valor varía entre 837 y 1.319 gramos de dióxido de carbono por litro, dependiendo del tipo de explotación y las prácticas agrícolas empleadas. Si se trata de granjas ecológicas o de Pastoreo, la huella de carbono es más baja, con valores que oscilan entre 7.892 y 8.300 kg de dióxido de carbono por vaca al año, mientras que aquellas que utilizan ensilados de maíz para alimentar al ganado pueden llegar a generar hasta 13.571 kg de dióxido de carbono por vaca anualmente.
Disminuir la huella de carbono requiere la implementación de prácticas más sostenibles a lo largo de todo el proceso, incluyendo una mayor eficiencia energética, una correcta gestión de residuos y la adopción de técnicas agrícolas responsables. La industria láctea está comprometida con la reducción de su impacto ambiental para mitigar el cambio climático y fomentar la sostenibilidad.
¿Son las alternativas a la leche mejores para el medio ambiente?
El cambio en los hábitos en la dieta, impulsado por el auge de una alimentación eminentemente vegetal y la creciente preocupación por el medio ambiente, ha generado un cuestionamiento sobre su consumo. En comparación con la producción de leche de vaca, las diferentes alternativas vegetales, como las de avena, soja o almendras demandan menos recursos naturales y emiten menos gases contaminantes, lo que las convierte en opciones más eficientes en términos de sostenibilidad.
Aunque las alternativas vegetales son más beneficiosas para el medio ambiente, no son inocuas. Por ejemplo, la producción de leche de almendras requiere grandes cantidades de agua, y la bebida de soja, no precisa de un gran volumen hídrico, pero está asociada a la deforestación, especialmente en el Amazonas, ya que necesita mucho espacio para su plantación.
La bebida de avena, también denominada leche de avena, se posiciona como una de las opciones más ecológicas ya que emite un 80% menos de gases de efecto invernadero, reduce en un 60% el uso de energía y sólo utiliza aproximadamente el 18% del agua dulce que necesita el arroz, el 13% de la de las almendras y sólo el 7,5% de la de los lácteos.